La búsqueda de la felicidad ha creado un malentendido que, a mi modo de ver, resulta negativo.
La mayoría de nosotros, cuando nos preguntan qué es lo que más deseamos en esta vida respondemos que ser felices. Y ser feliz en el mundo opulento está casi siempre relacionado con lo que tenemos y, más aún, con lo que tienen los demás. Antes, la comparación (casi siempre desfavorable) con lo que tenía el prójimo no era demasiado aplastante. Porque hasta hace poco, nosotros nos medíamos con nuestros pares y con las personas de nuestro entorno. Así, podíamos pensar, por ejemplo, que éramos más o menos guapos / ricos / inteligentes que el vecino del quinto o que el farmacéutico de la esquina o que nuestro cuñado Pepe. En cambio ahora, en la era de la información, no nos medimos con nuestros pares, tampoco con nuestros allegados. Nos medimos con lo que vemos en la tele y en el cine.
Es posible que conscientemente nadie se mida con estos modelos inalcanzables, pero están ahí y esa sola circunstancia crea un nivel de exigencia personal y también de deseo que no es el que tenían nuestros abuelos. Por todo esto, a mi modo de ver, el hecho de que los librillos de autoayuda que tanto infestan nuestras vidas digan, parafraseando a Jefferson, que la felicidad es un derecho, no hacen más que añadir leña a la hoguera de nuestra insatisfacción. Consciente o inconscientemente lo que esas publicaciones intentan hacernos creer es que la felicidad nos es debida, que la merecemos y que, en una sociedad abierta, está al alcance de todos. Para empezar, el primer error reside en una falsa interpretación de la frase de Jefferson. Él nunca dijo que tuviéramos derecho a la felicidad sino a su búsqueda, lo que implica no una actitud pasiva, sino una muy activa. Por eso, que nadie espere que la felicidad le venga de fuera como un don divino; hay que currársela, como todo en esta vida.
Y está el tema más peliagudo de todos: el de que la felicidad está no en contar lo que uno no tiene, como hacemos todos en esta sociedad caprichosa en la que vivimos, sino en contar precisamente lo que sí tenemos. Yo cuánto más tengo más echo en falta aquello de lo que carezco, y cuantas más carencias más apreciaría lo que tengo.
Voy a buscar algo ... si tardo saben que los leere.
¿lo saben verdad?