Nacemos para recordar quiénes somos, no para descubrir algo afuera, sino para despertar lo que ya vive adentro.
Venimos a experimentar: el amor, la pérdida, la alegría, el miedo, la creación.
La vida no busca permanencia, busca consciencia.
Morir no es el final; es solo la exhalación de un ciclo, como cuando la marea se retira para volver a llenar la orilla.
El sentido no está en durar, sino en trascender en la memoria de lo que tocamos, en la huella que dejamos en otros corazones.
Vivir es el arte de transformar lo efímero en eterno: un gesto amable, una palabra justa, una mirada que cambia un destino.
Morimos para renacer en la sabiduría de haber vivido y quizá quedarnos en el recuerdo de algún corazón.
