A veces, recordar es sentir otra vez esa espantosa angustia de sentirse roto y que el mundo siga girando mientras tienes que ser funcional sobre todo en si tú cumpleaños cae en la época más festiva.
Siempre me hacen llorar los cumpleaños y Navidad también.
Sobre todo por las ausencias… las físicas, las que ya no están, pero este año duele las ausencias que elegí.
Esas renuncias voluntarias para proteger la paz, para salir de lo tóxico, para no traicionarse más y no ser incongruente.
Me hacen llorar los cumpleaños desde siempre y no sé por qué. Quizá porque es la época navideña, donde se mezcla la magia y la nostalgia; aunque, tengo una ventaja, nadie te da abrazos navideños en otra época como en esta.
Tal vez no debería llorar, pero lo hago
Y entiendo que no todo llanto es tristeza:
a veces es memoria,
a veces es cierre,
a veces es amor que ya no cabe en silencio.
Lloro por lo que dolió dejar atrás.
Lloro por lo que ya no era lugar, por la valentía que cuesta elegir la paz y porque soltar también es una forma de sanar.

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